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Updated: 18.12.2012 15:51
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Memoria

La semilla del mal

Alemana, hija de un militar, la documentalista Gaby Weber está terminando un documental sobre la complicidad de la empresa Mercedes-Benz y la última dictadura militar en la desaparición de obreros. La idea nació de una noche de copas y bronca en el barrio de San Telmo, buscando una estrategia para seguir “desnudando al rey” a través de sus documentales.

Por Sandra Chaher

De una noche de borrachera amarga en San Telmo surgió el documental Milagros no hay, en el que la periodista alemana Gaby Weber relata la connivencia de la empresa Mercedes-Benz con la dictadura militar y la cúpula del sindicato de obreros del transporte automotor (Smata) que terminó en la desaparición de 15 obreros durante la última dictadura militar.

Gaby Weber nació hace 49 años en Stuttgart, paradójicamente la sede de Mercedes-Benz y el corazón industrial de Alemania. También “paradójicamente” es hija de un militar, con lo cual su domicilio nunca fue fijo. Pasó unos años en Bonn y en los ‘70 se fue a Berlín, “centro de la izquierda en ese momento”, donde estudió periodismo mientras escribía en revistas alternativas. Hasta que en 1978 empezó a publicar en el semanario Stern, por entonces el de mayor tirada en Alemania. “El periodismo en ese entonces era otra cosa. Yo siempre fui free-lance, pero podía vivir de investigaciones de fondo que a la revista le interesaba publicar. Era la época en que un medio se engalanaba teniendo un buen investigador. Hoy no se puede vivir de las investigaciones. Yo me he transformado en un problema cuando aparezco en la radio pública, donde trabajo ahora, con una investigación que toca a los estamentos de poder. El caso de Mercedes-Benz empezaron a difundirlo, pero después, cuando las pruebas fueron más contundentes, ya no me permitieron hacerlo. Pensá que Mercedes es el mayor holding industrial de Europa, y no por los autos precisamente: su principal producción son las armas.”

Con un doctorado sobre América latina y habiendo viajado al continente por primera vez a comienzos de los ‘80 para hacer una nota sobre Colonia Dignidad para el Stern, en el ‘86 Weber se vino definitivamente, continuando su trayectoria migrante. Se enamoró de un uruguayo exiliado en Alemania y juntos volvieron a Montevideo con la democracia. Desde entonces, ella reparte el tiempo entre esa ciudad y Buenos Aires, y sigue hurgando en temas polémicos, oscuros, costeándolos algunos por cuenta propia y tratando de vender otros para las radios de Alemania, Suiza y Austria. Dejó de trabajar en el Stern en el ‘83 cuando no quisieron publicarle una investigación que incriminaba a antiguos miembros del régimen nazi en un crimen cometido en los años ‘60, y desde entonces sigue haciendo alguna que otra cosa para medios gráficos, pero se pasó a la radio porque “es de lo que se puede vivir. Te pagan mejor que en diarios o revistas y no están tan controladas. En la televisión pública no podés investigar en serio, no hay interés y hay mucho control por parte de los partidos políticos. El espacio más serio hoy en Europa son las radios, incluso más que los medios gráficos”.

En 1999, cuando estalló la guerra en la ex Yugoslavia, Weber, que había votado al Partido Verde en su país, se indignó soberanamente cuando sus dirigentes, que formaban la coalición de gobierno, apoyaron la participación de Alemania en la guerra alegando razones humanitarias. “Entonces, una noche que estábamos con amigos argentinos y alemanes en San Telmo, borrachos y enojados, ellos me sugirieron que buscara alguna empresa alemana e investigara el vínculo entre el poder económico y los derechos humanos, porque las guerras muchas veces pretenden ser justificadas por la defensa de estos derechos. Primero pensé en Siemens, que tenía como abogado a Martínez de Hoz y que era probado su vínculo con los nazis aun después de la Segunda Guerra Mundial. En verdad, si piensas en Alemania, desde los ámbitos político o judicial hasta el económico, en todos hay fascistas, ex nazis. La mayoría de los que en su momento apoyaron a Hitler murieron, pero las generaciones siguientes no están tan ajenas a su ideología.”
Pero alguien recordó que en el Juicio a las Juntas un testigo había hablado de “la masacre de Mercedes-Benz”. Lo primero que hizo Weber fue ir a ver a Julio Strassera, fiscal en ese juicio histórico. “Y él me contó una historia extraña, la historia oficial digamos, la que vendía la empresa y que él había creído, sobre ‘el heroísmo’ de Juan Tasselkraut, jefe de producción de la planta. Pero apoyándome en eso, lo fui a ver a Tasselkraut diciéndole que quería escuchar la historia de un héroe y él nunca sospechó nada.” Así, Weber empezó la investigación que sería la base de Milagros no hay y parte de la prueba de tres causas judiciales, dos en la Argentina y una en Alemania, por la cual los dirigentes de la automotriz podrían ir presos. Weber reunió documentos y testimonios que prueban la connivencia de la empresa con la dictadura y con la dirigencia de Smata –un sindicato que, con José Rodríguez a la cabeza, negociaba con la patronal acuerdos que no representaban a la fuerza laboral de la empresa– y la responsabilidad conjunta en la desaparición de 15 obreros.

En el Juicio por la Verdad que se tramita en La Plata, en el que ya fueron citados a declarar Tasselkraut y otros miembros de la empresa, esta historia se está develando, aunque el juicio no tiene facultad punitiva. Existe otro, sin embargo, a cargo del juez Rodolfo Canicoba Corral, en el que se intenta probar la asociación ilícita de la empresa, los militares y la dirigencia de Smata por el cual la cúpula de Mercedes-Benz en los ‘70 podría ir presa. Y está finalmente el juicio en Alemania, quizá el más importante en términos de imagen empresarial, por el cual también podrían terminar varios personajes tras las rejas. En abril, Weber presentará sus pruebas en la Asamblea General de la empresa, en Alemania. La llevan los Accionistas Críticos, un grupo de inversores que, cuando se enteró de la actitud de Mercedes-Benz ante la dictadura militar de los ‘70, empezó a mover el avispero.

“Yo ya quiero terminar con esto –dice refiriéndose a una investigación que costeó prácticamente sola y que le llevó los últimos cuatro años de su vida–. En la causa siempre aparecen testigos nuevos. Ahora está hecho el pedido de declaración de Ruckauf, que era ministro de Trabajo cuando los obreros fueron detenidos, y que debería efectivizarse antes del 10 de diciembre porque entonces asume como diputado y tendrá fueros parlamentarios que lo protegen, pero los jueces no lo citan. También los abogados de los desaparecidos pidieron la orden de detención de Tasselkraut, pero eso tampoco se resuelve. Para mí lo importante, el momento en el que yo daría por terminado este tema, es cuando la empresa asuma su responsabilidad en lo que pasó. Y si caen presos algunos de los directivos, de allá o de acá, no estaría nada mal.”

Mientras tanto, Gaby sigue caminando las calles de San Telmo y de Montevideo buscando con avidez temas que sigan llenándole un poco las ansias de ejercer el periodismo como lo soñó cuando estudiaba: un arte para desnudar al rey. Mientras tanto, sobrevive investigando la política de medios en la Venezuela de Chávez, la experiencia del Partido de los Trabajadores de Brasil después de 20 años de gobierno en Rio Grande do Sul, o la conmemoración de los 20 años de la invasión estadounidense a Granada. Temas que los vientres europeos aún pueden digerir sin que les provoquen vómito o espanto ante este lejano continente al que no los une ninguna responsabilidad histórica. Mientras las conciencias continúen aletargadas, nadie dará vuelta la perilla del dial.


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